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Más de la cámara sucia

Más de la cámara sucia

Él era un hombre que no sabía hacia dónde caminaba cuando salía de su casa. Quizá no se hubiera perdido, pero por las dudas, no lo dejaban salir mucho. El no saber la dirección no significa estar perdido, me dice, y claro que tiene razón. Ese día llegó al comienzo del pasto seco, y volvió.

Carta para nadie

Mat:

Soñaba que un hombre con tatuajes me abrazaba. Me sentía realmente bien en ese sueño, como si supiera que el hombre existe fuera de mí y que con sólo buscarlo llegaría a abrazarme. Mat, ¿cuándo te tatuaste los brazos? Y antes de despertar se me secaron los labios, y metía los pies al mar y ponía un VHS en la videocasetera: un sueño hermoso, de esos en los que quisieras vivir. Luego al hombre le creció el cabello, Mat, ¡le creció el cabello mientras yo lo acariciaba! Pero entonces entró una mujer a mi cuarto y hablaba de enfermedades, de abrigos y vacunas y asustó al hombre que me abrazaba. Aun así, desperté con ese humor que embarga a los hombres que saben que su camino ya no está tan minado, un tanto alegre, un tanto perdida. Mat, ¿quién es este hombre? Quiero contarte cosas y mirar tus ojos, y oler el alcohol de tu boca, y mirar cómo el humo se te pierde en la cara, en las manos. Mat, ¿qué son estos sueños que me dejaste en tu lugar? ¿A quién acudir cuando de ellos no conozco pero amo a quien me abraza, a quien veo los brazos tatuados?

J habla de M

Cuando Sabina cumpla quince años yo estaré muy lejos, sus padres serán más viejos y su abuelo habrá muerto hace tiempo. Cuando Sabina pregunte por la mujer delgada que cuidaba de ella y que desesperaba con sus berrinches, cuando se auntoconmisere por tener dieciséis y viva bajo el mismo techo que Carlos e Isabel, yo habré cumplido muchas cadenas perpetuas. Suficientes para regresar con ella. Isabel cree en mí como sólo mi madre lo haría, así de ciega, llena la boca de verdad; Carlos cree en Isabel tanto, como profeta, como emisario sagrado. Y guardar tanta fe hacia las personas es peligroso, Mat nos lo decía. Y Mat fue el primero en ahogarse, el primero que mordió la tierra, el que colgó la toalla más rápido; Mat nos embarazó a todos y se largó por cigarros, nos pidió matrimonio y dejó con el vestido puesto. Eso es lo que dicen Carlos e Isabel. Y lo dicen con justa razón, con la pertinencia con que se guarda silencio en el baño, así de atinado; pero no saben que Mat ha vuelto. Y yo no sé cómo lidiar con ello, con el sentimiento armonioso de ver a Sabi tan feliz, de escuchar a Isabel tararear mientras corta el cabello a su padre que le dice “Gracias, señorita, vea usted que así me cortaba mi esposa, hace años…”, no sé porqué no debería decirle a Carlos que las botellas de vino me las robo para Mat, porque regresó vencido y desanimado y sin extrañar a nadie, ni a sí mismo. Voy a prepararle café, a sacar la arena de su patio, a limpiar las ventanas, a leerle las cosas que escribíamos juntos, por si recuerda. Porque sí es peligroso, pero tener fe no es el problema. Quizá Mat lo sepa ahora por eso guarda silencio. Quiero sostener a Sabina, como antes, dice; abrazar a la pequeña Isa y oler la comida en su cabello, tomar una cerveza con Carlos; dice que quiere besarme como antes. Pero hay algo que le impide ser Mat, el hombre alto y delgado y un ebrio de sábados completos. Hay algo que quizá Sabina sabe, y el padre de Isabel sabe, y ninguno dice nada. 

 

Los hombres somos cobardes y fantásticos al mismo tiempo. Y Mat quiere besarme.